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jueves, 18 de junio de 2015

Tokio Blues (Norwegian Wood)

TÍTULO: Tokio blues (Norwegian wood)

AUTOR: Haruki Murakami

EDITORIAL: Círculo de lectores

NÚMERO DE PÁGINAS: 378

FORMATO: Cartoné

FECHA DE PUBLICACIÓN: 2005

SINOPSIS:

Creía amarla, pero el pasado era un recordatorio palmario y perpetuo de sus carencias mutuas, y el presente, apenas un pozo en el que tirar recuerdos y sueños y mirar cómo caían hacia el fondo, lento pero inexorablemente. Ella, Naoko, había sido la novia de su mejor amigo, Kizuki, hasta que éste se suicidió; y él, Watanabe, se arrastró desde entonces hacia un territorio a medio camino entre el deseo y la inercia. Allí se habían encontrado, en el campo abierto de la locura y la verdad desnuda, con una aceptación impuesta y a ratos desesperada, esquivando los miedos y deslizándose de puntillas sobre su amor, hasta que Naoko fue internada en un centro de reposo, en un intento de preservar lo últimos lazos que la unían a la realidad.
Para Watanabe, a partir de entonces los días discurrirán entre su vida universitaria en Tokio, a la que nuca dejará de sentirse ajeno, sus lecturas y el ritmo regular y constante de sus pensamientos, empecinados en recrear sin descanso los acontecimientos más nimios, los personajes más accidentales. Y si las cartas de Naoko, escasas y exiguas, no logran rescatarlo de su soledad, el verbo fácil y trasnparente de Midori, caída como del cielo en el campo de la acción de su fuerza gravitatoria, se convertirá en el espejo donde la realidad empiece por fin a adquirir conciencia.

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La palabra melancolía inunda cada una de las páginas de esta novela de Murakami, con la que me estreno como autor, pero esperando que no sea la última a la que me enfrente porque, realmente, se trata de un escritor muy interesante y con una forma de escribir muy personal e íntima.
No es la primera vez que abordo Tokio blues. Hace unos años (por 2006), la comencé sin éxito y con ganas de volver a cogerla ya que las circunstancias que nos rodean en ciertos momentos de la vida acaban, a veces, frutando algún que otro momento lector.
Tokio blues es una historia de personajes, una historia en la que aparecen diferentes vidas entrelazadas por lazos invisibles en forma de sentimientos: amor, desamor, desesperanza, ilusión, anhelo...
El protagonista, Watanabe, es nuestro director de orquesta, nuestro ingrediente principal y desde su punto de vista nos cuenta la historia de un periodo determinado de su vida. Unos años complicados donde la madurez llama a tu puerta y dejas de lado la adolescencia conformista para aceptar una realidad a veces bastante más compleja de lo que esperamos y más difícil de asumir y enfrentarse a ella.
El amor, ese tesoro que descubrimos en un momento dado y que nos hace vivir los momentos más intensos e importantes de nuestra primeriza vida de adultos, creará un vínculo entre Watanabe y Naoko, una joven tímida y retraída que fue novia de su mejor amigo y que se vuelven a encontrar en un momento dado.
La traumática separación entre ellos les hace, al volver a reunirse, experimentar su encuentro con toda la intensidad que no acabaron de soltar en su adolescencia, marcando sus vidas para siempre.

Y cuanto más ha ido palideciendo el recuerdo de Naoko, más capaz he sido de comprenderla. Ahora sé por qué me pidió que no la olvidara. Por supuesto, ella intuía que mi memoria la borraría algún día. Por eso me lo pidió: "¿Te acordarás siempre de que existo y de que he estado a tu lado?"


Pero al igual que el amor,  la muerte juega un papel fundamental en esta historia. Siempre presente en momentos fundamentales de la vida de nuestros personajes que les hace tomar rumbos inesperados en sus caminos cuando tienen que enfrentarse a ella. Un sino inevitable que tendrán que asumir desde la distancia y que les marcará en su reencuentro.
Watanabe, Kaoko y Kiruki eran un trío de amigos inseparables. La muerte de este último en un suicidio, será un detonante importarte en la vida de los demás.

Aquella misma noche Kizuki se había suicidado y, a partir de entonces, una corriente de aire helado se había interpuesto entre el mundo y yo. Me pregunté  qué había representado Kizuki para mí. No hallé respuesta. Lo único que sabía era que, con su muerte, había perdido para siempre una parte de mi adolescencia.


Cada personas somos un mundo inescrutable y cambiante, un Jardín de las Delicias del Bosco cuyos personajes se encuentran en las escenas sin inmutarse marcando el guión natural de nuestras vidas. Pero cuando se salen de sus escenas y aparecen en partes diferentes del retablo, entre el Edén y el Infierno, en esos momentos, los sentimientos acaban también marcando ese guión, pero de una forma totalmente diferente a la establecida, tanto para bien como para mal.
La melancolía y la desazón marcarán a uno de nuestros personajes, cuya vida sufre ese revés y Naoko se verá encerrada en si misma con un miedo terrible a ser herida y de herir a los demás.
Mientras Watanabe sigue con una vida anodina en la universidad, más por seguir ese guión natural que por propia conciencia de su potencial, Naoko es incapaz de devolver a los personajes de su Jardín de las Delicias a su posición inicial, alejándose de la vida y separándose de la realidad.
Un sanatorio perdido en las montañas y la ayuda de Reiko, una compañera y amiga cuya vida también sufrió un giro traumático, serán la ayuda que necesite para intentar recrear una estabilidad frágil pero lo más duradera posible.

Mientras yo contemplaba a Naoko. Tal como ella misma me había descrito en su carta, tenía un aspecto más saludable, estaba muy bronceada y, gracias al ejercicio y al trabajo físico, se la veía más fuerte. Lo único que no había cambiado eran aquellas pupilas claras como un lago y aquellos delgados labios que temblaban con timidez.

Watanabe se convertirá en otro pilar para Naoko en su intento de buscar esa estabilidad. La conexión que siempre hubo entre ambos irá más allá del amor y la muerte. Estos dos factores que juntos crean una especie de torbellino donde se encuentran inmersas estas dos almas. Una intentado asir a la otra para no alejarla de la realidad y la otra intentado alejarla de su terrible tristeza interior.

-¿A ti también te gustaba Kizuki?
-Por supuesto -respondí.
-¿Y Reiko?
-Me encanta. Es una buena persona.
-¿Por qué te gusta siempre ese tipo de gente? -preguntó Naoko-. Todos somos personas que nos hemos doblado en algún momento, que nos hemos torcido, que no hemos podido mantenernos a flote y nos hemos hundido deprisa. ¿Por qué no te gusta la gente corriente?
-A mí no me da esa impresión -respondí tras reflexionar unos instantes-. No me parece que ni tú, ni Kizuki, ni Reiko estéis "torcidos". La gente que a mí me parece "torcida" pasea por la calle tan campante.

Watanabe posee unas cualidades muy peculiares que hacen de él un hombre atractivo, serio y de confianza. Sus devaneos, propios de la edad descubridora de su cuerpo en la que se encuentra, le hacen madurar de cierta forma.  Las relaciones que mantiene con las personas que se cruzan en su camino también le hacen crecer como ser humano, pero Naoko siempre está presente en sus pensamientos y en sus sentimientos, ayudándole a "darse cuerda" para afrontar los retos del día a día y no sucumbir a la melancolía en aquellos días en los que parece imposible soportar vivir.
En esos días, Watanabe escribe cartas. Cartas de amor y esperanza, pequeños retazos de su vida que hagan más fácil la de Naoko, decribiéndosela y abriendo parte de su corazón.

Es amargo no poder verte, pero, si tú desaparecieras, mi vida en Tokio sería mucho más dura todavía. Es pensando en ti, por las mañanas, en la cama, cuando me decido a darme cuerda y a vivir un nuevo día. Del mismo modo que tú luchas por seguir adelante aquí.

Cuando vivimos esta etapa en la que cualquier cambio, por superfluo que sea, nos afecta de manera descomunal. Esa etapa en la que se nos muestra cómo será la vida de adulto aunque no estemos aún preparados, donde la inseguridad se multiplica y queremos ser queridos por los demás más que nada.
Si en esa etapa, esos acontecimientos son radicales y rompen totalmente nuestra realidad, el trauma que conlleva puede ser perpetuo. La tristeza acaba volviéndose crónica y la vida puede dar paso a la muerte con la misma sencillez que el amor entre dos personas da paso a la vida.

El conocimiento de la verdad no alivia la tristeza que sentimos al perder a un ser querido . Ni la verdad, ni la sinceridad, ni la fuerza, ni el cariño son capaces de curar la tristeza. Lo único que puede hacerse es atravesar este dolor esperando aprender algo de él, aunque todo lo que uno haya aprendido no le sirva para nada la próxima vez que la tristeza lo visite de improviso.


Tokio blues te marca como a nuestros personajes. Te deja con el sabor de esa melancolía, ese sentimiento "blue", como el término anglosajón, en ese territorio tan desconocido para mí como es Tokio, pero cuyos habitantes sienten de la misma manera. El sentimiento del desamparo es común para todos los seres humanos y Murakami ha sabido transmitirlo maravillosamente en este libro. Para disfrutarlo y respirar hondo al cerrarlo.


AUTOR

HARUKI MURAKAMI  nacido en Kioto en 1949, es hijo de un matrimonio de profesores de Literatura japonesa. Sus sueños de estudiante se caracterizaron por su activismo en contra de la guerra de Vietnam y por la nueva izquierda. Tras licenciarse en 1973 en Teatro Clásico por la Universidad Waseda de Tokio, Murakami regentó durante ocho años un jazz-bar en Tokio, al mismo tiempo que iniciaba su carrera literaria. Su primera novela, Escucha la canción del viento (1979) fue galardonada con el premio Gonzou de Literatura para autores noveles. Con La caza del carnero salvaje (1982), su tercera obra publicada, obtuvo el premio Noma. Así mismo, es autor de El país de las maravillas del hampa (premio Tanizuki 1985), Norwegian Wood (1987), Baila, baila, baila (1988), Crónica del pájaro que da cuerda al mundo (1994), Underground (1997) o Sputnik, mi amor (1998). También ha sido galardonado con el prestigioso premio literario Yomiuri.

PUNTUACIÓN: 4/5


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